Hasta la semana pasada, durante la noche, mi coche y la fachada de mi vecino eran blancos; mi cara era de color normal; la bicicleta de mi primo era roja y el contenedor de basura era verde. Desde entonces todo es amarillo, debido al cambio de iluminación de las farolas del Barrio de l’Aliança (de 5500ºK hemos pasado a 3200ºK), incluso los gatos ya no son pardos.
Doy por supuesto que habrá una montaña de razones técnicas, medioambientales, de consumo e incluso económicas para la sustitución de esas bombillas. Pero, francamente, a mi no me apetece llevar gafas amarillas cuando se esconde el sol, quiero ver el pueblo tal como es, con sus colores reales matizados por la noche. El placer estético que proporciona pasear de noche con iluminación blanca es extraordinario.
De momento ya me he comprado unas gafas ligeramente azuladas que compensan el amarillo y me permiten seguir disfrutando de Lliçà d’Amunt al natural.