Todos hemos experimentado alguna vez la sensación de estar inmovilizados por algún rebaño. El primer pensamiento es «menuda putada, ahora tengo que esperar que pasen las dichosas ovejas, ¡el pastor podía llevarlas por otro sitio, ¿no?». Como todo en esta vida, cuando algo desaparece es cuando empezamos a valorarlo. Hacía mucho tiempo que no me cruzaba con un rebaño y ayer volví a experimentar esa sensación, cotidiana y de gratos recuerdos. El rebaño me tuvo inmovilizado tres minutos, ¡sólo tres minutos!, pero me permitió comprobar que sigo necesitando las ovejas, y los pájaros, y los árboles, y sus olores, y su concepto temporal, la lentitud que nos permite apreciar el entorno y nuestra propia vida, y asi poder reflexionar sobre el el uso que hacemos de todo ello y si vamos ha ser más felices cuando poco a poco desaparezcan.
En lliçà quedan pocos rebaños y que se mantengan, en mi opinión, sería una demostración del grado de inteligencia de los habitantes de un territorio excepcionalmente priviligiado del Vallès Oriental. Foto: Màrius Gómez