Pues sí, yo soy más de trochas y veredas, aunque he de reconocer que en los grandes nudos viarios hay cierta belleza insana que me atrae como la miel a las moscas, como la trucha al trucho o como un buen precipicio, pero no es suficiente ya que, para bien o para mal, yo soy un hombre del siglo pasado.

Hoy en día en que todo es rápido y de consumo instantáneo, no puedo dejar de pensar en que yo soy una persona de avanzada edad que usa el ApplePay, el Drive de Google, la nube de Dropbox, la conexión de Wetransfer, el paquete Adobe incluso, Netflix y YouTube. Sin olvidar Nespresso, Tesla, Amazon, etc…, todo súper conectado y súper rápido. Un continuo next…, next…, next… y así, sin darnos cuenta nos olvidamos de que nuestro corazón funciona mejor a 60 pulsaciones por minuto y que nuestros 650 músculos es mejor que se muevan todos de vez en cuando (no solo los de los dedos para pulsar teclas) y que nuestros 206 huesos son un prodigio de la ingeniería creado lentamente y que soporta la catedral de nuestro cuerpo único e irrepetible.

Pues eso, que el progreso es imparable y yo soy su primer defensor, pero no me gusta olvidar que hay tecnologías antiguas que también me producen un placer inmenso: un lápiz y un papel, unas alpargatas de esparto, un botijo, una cuchara de madera, una cometa de papel, un tomate de mi huerto o, un bote a remos. Todo muy básico, lento, analógico y, sobre todo, cercano.

La sociedad actual se mueve por grandes autopistas con vehículos climatizados, con wifi, GPS, airbags, y más artilugios imprescindibles que nos aíslan del entorno y eso hace que no disfrutemos de lo alternativo, lo raro, lo contrario, lento y sensorial. Andar por trochas y veredas no es una obligación, obviamente, pero pienso que es una muy buena opción de ser una persona del siglo XXI consciente de ello sin dejar de ser un ser humano básico, complejo, contradictorio y con libre albedrío para decidir lo que más o menos me produce cierto placer sin molestar a nadie y sin dejar el futuro del planeta por el camino.

Ahora nos vamos de vacaciones pero para cuando volvamos te propongo hacer algo lento, manual y muy creativo. Durante cuatro horas nos sumergiremos en el mundo sensorial del azul de Prusia, aprendiendo en este taller, los secretos de uno de los procesos fotográficos sin cámara más antiguos y sencillos: la CIANOTIPIA.

Un procedimiento que, sin prisas, te permitirá plasmar con tus propias manos y la luz solar las propuestas estéticas más creativas.

Disfruta de este lapso de tiempo y ya verás que a partir de septiembre en Espai Garum te volveremos a sorprender, siempre con la mejor intención.

¡Ea! Te deseo un feliz verano.

Màrius (siempre mirando sin escolástica)