Normalmente a las personas nos gusta saber a donde vamos y también, creo, nos gusta saber a donde llegamos, tanto física como intelectualmente. Es por ello que en un siglo donde el GPS y el Google Maps se está convirtiendo en la referencia omnipresente de nuestra ubicación planetaria, hay que agradecer a los responsables de urbanismo del ayuntamiento de Lliçà d’Amunt, el gesto de rotular el nombre del pueblo en la rotonda de acceso Sur a la población (coordenadas 41º36’07.40″N 2º14’25.62″E) y que conecta con el nuevo acceso al Camí de la Serra, inaugurado el pasado 19 de febrero.

Vengamos de donde vengamos, siempre que lleguemos por el sur, sabremos exactamente donde estamos: en Lliçà d’Amunt.

Otra cosa es lo que se va detectando cada día más frecuentemente, creo, es que a una gran mayoría de las personas les importa un bledo de donde viene, tanto física como intelectualmente, insisto. Esos mismos responsables municipales que nos indican a donde llegamos, no han tenido en cuenta, o si, que cuando salimos del pueblo la misma rotonda nos despide con una grafía críptica: tnum’A áçilL. Cómo dibujo no está mal, tiene un punto dadaísta, pero en una sociedad tan sensible a los temas lingüísticos no deja de extrañar que se pierda esta oportunidad de reafirmar la identidad singular de un territorio único.

Hasta aquí lo que dice…, y ahora, cómo se dice. Desde que en este país se empezó a adaptar el modelo francés para las intersecciones de calles y carreteras, las rotondas se han convertido en algo habitual en todas las poblaciones, siendo además una gran solución como alternativa al tradicional cruce sin semáforos. Otra cosa es que se han creado unos espacios circulares que parece ser no pueden estar diáfanos, cumpliendo su función: hacer fluido el transito de vehículos.

Es norma habitual contradecir siempre al maestro Ludwing Mies van der Rhoe que hace casi un siglo dijo «Menos es más» para referirse a la esencia del uso de la creatividad a la hora de construir elementos utilitarios para las personas. Pues como iba diciendo, con afán de contradecir al maestro, no hay ni una sola rotonda en este país que no contenga en su interior una «obra de arte». Ya no hablamos del coste en euros de estas obras, comparado con el de una rotonda lisa, si no de la aportación estética, creativa, artística y paisajística de estos engendros que sólo gustan a los políticos de turno y a las mentes con poca perspectiva.

En resumen, una rotonda es un elemento utilitario para la conducción, que no debe poner en peligro a los conductores (pobre del que se despiste en la de Lliçà. Quedará empotrado en la barrera de chapa de acero que hay colocada con el nombre), después y cumplidos todos los requisitos técnicos y de funcionamiento, podemos ponernos creativos (que no hace falta, pero…) y darle un toque «artístico». Pero, por favor seamos sensatos, dicen que sobre gustos no hay nada escrito pero, sobre buen gusto hay montones de bibliografía. Antes de llenar una rotonda, leamos y observemos que han hecho los grandes de la historia.